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CINEMATÓGRAFO : LUIS BUÑUEL -CARÁCTER DE MAESTRO.

miguel ángel barroso







Luis Buñuel, nació en España, pero no nació en cualquier sitio de España: nació en Aragón, pero no en cualquier sitio de Aragón: nació en Calanda, que no es cualquier sitio para nacer. Calanda es un pueblo de la comarca del Bajo Aragón, provincia de Teruel. Su nombre actual viene de los Celtíberos; un poblado prerromano celta que se asentó allí con el nombre de Kolenda; estos pobladores habitaban la Península Ibérica desde la Edad del Bronce, casi al final de este periodo, que se desarrolló en el siglo XIII antes de Cristo.

No es una simpleza empezar un artículo sobre Luis Buñuel, hablando de estas cosas, sobre todo porque él, tenía muy a gala eso de ser aragonés, pero sobre todo, calandino, muy, muy calandino. El mundo ha conocido este pueblo peculiar, gracias a él, que lo ha llevado por todos sitios, con orgullo y amor de padre afectuoso. ¿Quién no conoce “los tambores de Calanda? Buñuel, los ha hecho famosos, no solo porque los ha empleado en su cine, sino porque él mismo, acudía todos los años a su pueblo natal, y tocaba los tambores junto al resto de la gente, desde la “Rompida de la hora” el viernes santo, hasta el sábado santo a las catorce horas, en que cesan los redobles.

Calanda es un municipio dotado de un clima especial: los veranos son muy calurosos y largos, pero los inviernos son bastante suaves y no duran mucho. Esto permite que florezcan algunos productos únicos como los famosos “Melocotones de Calanda”, cuya denominación de origen es conocida en todo el mundo.

Así las cosas, de un pueblo tan especial como Calanda, no podía salir, sino un auténtico genio, un artista absoluto, cuyo arte es único e intransferible; como decía Woody Allen refiriéndose a él: “Uno puede hacer cine al modo de Ingmar Bergman o Federico Fellini, pero es imposible copiar el estilo de Luis Buñuel”. Y tenía toda la razón, porque este era el trío de directores que más han influido sobre el cineasta neoyorkino, y así lo ha reflejado en varias de sus películas, pero nunca hemos visto ninguna que nos evoque el cine de Buñuel.

Luis Buñuel, tuvo una vida singular, marcada por los dramáticos acontecimientos de una España que entraría en una cruenta Guerra Civil, dejando como resultado más de un millón de muertos y desaparecidos entre 1936 y 1939. Buñuel se adhiere al bando republicano y, finalmente, ha de exiliarse del país, ante el inminente avance de las tropas nacionales, encabezadas por el general Franco, que instauraría en España una dictadura sangrienta de casi cuarenta años.

Hay varias fases dentro del cine de Luis Buñuel; la más significativa, sin duda, es la etapa Surrealista, con dos films claves para este movimiento: Un chien andalou, 1928; y L’age d’or, 1930, ambos realizados en Francia. El primero, es un cortometraje, donde el cineasta expone una serie de secuencias, aparentemente inconexas, propias del movimiento surrealista, cuyos efectos, provocan en el espectador sensaciones muy diversas; la película, es recordada, sobre todo, por la famosa secuencia en la que un hombre (interpretado por el propio Buñuel), navaja en mano, rasga el ojo de una mujer, cortando el globo ocular de modo totalmente explícito. Esta imagen terrible, desasosegadora y ferozmente iconoclasta, se obtuvo filmando el ojo de un burro muerto. Pero lo importante de esta brutal secuencia, no es el efectismo, ni su violencia gratuita; sino su intencionalidad humanista; la trama, va más allá de esas “simplezas”, como diría el propio Buñuel. Las imágenes buscan el absoluto, la pasión amorosa desencadenada y romántica, los claroscuros del alma. Naturalmente, esta ferocidad, provocó las reacciones airadas de la clase burguesa y, sobre todo, de la derecha más reaccionaria. ¡Un gran cineasta había nacido!

Con L’age d’or (financiada por el vizconde de Noailles, quien dejó libertad absoluta a Buñuel), el cineasta fue un paso más allá, y con un holgado presupuesto para la época, rodó sesenta minutos teñidos de todo su universo posterior. De nuevo, el más feroz surrealismo salía a flote, pero esta vez, aparecían personajes icónicos y representativos, tanto de la historia de la humanidad, como de las artes: el propio Jesucristo, o el controvertido escritor De Sade, representado por los personajes de su más terrible obra: Les cent vingt journées de Sodome. El final de este filme, también es recordado mundialmente, porque aparecen los redobles de los tambores de Calanda, en una secuencia cadenciosa donde salen de un castillo Jesucristo y los libertinos del Marqués de Sade, quienes, como saben los que han leído esta atroz novela, han cometido todo tipo de abusos sexuales y criminales. De nuevo, el estreno del filme, causó grandes disturbios en el cine de París donde se exhibía, y provocó su prohibición en Francia hasta el año 1981.

Cinco años más tarde, Luis Buñuel, que había regresado de nuevo a España, dirige un cortometraje centrado en una localidad muy pobre de Extremadura, llamada Las Hurdes, título que dio nombre también a la película. En este momento, en España, se había instaurado la república, y el rey Alfonso XIII, se había marchado al exilio. Aunque se podría pensar que el gobierno republicano apoyaría el film, no fue así, e incluso llegó a prohibirla. Por otro lado, Buñuel, trabajó en unas condiciones muy precarias, teniendo que editar la película sobre la mesa de una cocina. Este documental, es un retrato despiadado y sin concesiones al sentimentalismo, de una zona deprimida de la España profunda que, naturalmente, no podía ser del agrado de las instituciones políticas. Buñuel, mostraba en carne viva, la desolación de aquellos pobladores dejados de la mano de dios, cuya vida era una lucha por la supervivencia, en las peores condiciones que uno pudiera imaginar: había analfabetismo, falta de higiene, no tenían los servicios básicos de agua y luz; parecían abandonados a su suerte, y eso era lo que denunciaba la película. Sin duda que esta película documental, es uno de los trabajos más singulares que se han hecho dentro del género.

Exiliado en México, Buñuel, acepta rodar una serie de películas “alimenticias”, como él las llamaba, para poder mantener a su familia y, por supuesto, seguir adelante con su sueño de dirigir cine de autor. Esta etapa fue una de las más discutidas por la crítica especializada de su filmografía, ya que no apreciaron los valores internos que Buñuel imprimió en su construcción. Estas películas eran melodramas exagerados, muy malos sobre el guión, pero el cineasta les había dado la vuelta en su concepción fílmica, ya que siempre quiso experimentar con la narrativa, e intentar dar forma a aquellas historias, aparentemente desaforadas, integrando dentro de ellas, su concepto surrealista; pero sobre todo, su ideal del movimiento Romántico, tan querido para todos los integrantes del movimiento Surrealista. Y esto fructificó en una serie de películas mexicanas que hoy día se catalogan como obras importantes y nada desdeñables: Gran casino, 1946; Susana demonio y carne, 1950; Una mujer sin amor, 1951, Subida al cielo, 1951; El bruto, 1952, etc. En esta serie de films, aparentemente “mediocres”, el cineasta aragonés, tuvo campo libre para desarrollar con absoluta libertad, todos los medios creativos que un cineasta puede ejercitar: narrativa, interpretaciones, cohesión interna y, sobre todo, inteligencia para dar la vuelta a los temas: si tengo un melodrama ridículo, ¿por qué no hacerlo intenso, lleno de pasiones humanas al borde del abismo, y de ese modo salvar el vacío del guión para conseguir una película de verdad? Y así lo hizo.

En medio de estas películas, Luis Buñuel rodó una obra maestra: Los olvidados, 1950, que contaba la historia de un grupo de adolescentes en la capital mexicana, liderados por un personaje cruel, llamado Jaibo, que no deja de ser otra víctima más. El filme, dotado de un fuerte erotismo, recibió elogios internacionales y consagró definitivamente al director.

La etapa mexicana se salda con varias películas admirables, rozando algunas de ellas la maestría: Él, 1952, relata la historia de un hombre obsesionado y torturado por los celos, cuya autodestrucción resulta inevitable. Es también una de las películas favoritas de Buñuel.

Abismos de pasión, 1953, es una adaptación al cine de la novela Wuthering heights, de la escritora romántica Emily Bronte, de la cual se han hecho muchas adaptaciones a la gran pantalla. A pesar de que Buñuel odiaba esta película, sobre todo porque no le gustó el trabajo de los actores, no ha envejecido absolutamente nada con el paso del tiempo, y permanece como una de las cumbres del cine de exaltación del amor “fou”, que sigue más allá de la muerte con más fuerza pasional, si cabe, que en la propia vida.

Ensayo de un crimen (La vida criminal de Archibaldo de la Cruz), 1955, resulta ser un nuevo estilo en su puesta en escena, sin traicionar sus postulados estéticos e ideológicos. Se puede decir que este film es un punto de partida para el cineasta, quien coge por fin las riendas de su carrera, para hacer únicamente películas personales a partir de ese momento. Buñuel, nos cuenta la historia de un hombre que vive traumatizado desde que vio morir a su institutriz de un disparo, cuando era niño. La visión casi obscena de sus piernas desnudas (y es que el fetichismo está muy presente en todo el cine del aragonés), ha provocado en Archibaldo un impulso criminal hacia mujeres bellísimas, a las cuales, debe asesinar irremediablemente. La película se cubrió de tintes trágicos, ya que tras el estreno, a los pocos días, su protagonista femenina, Miroslava, se suicidó a causa de un engaño amoroso con el torero Luis Miguel Dominguín.

Tras un breve periodo en Francia; tierra en la que culminará su futuro y gran cine hasta el final de sus días, filma en México: Nazarín, 1958, que es su primera adaptación de una novela, de uno de los escritores emblemáticos de la novela realista española, llamado Benito Pérez Galdós, a quien Buñuel no estimaba mucho durante su juventud. También es su primera colaboración con el actor español, Francisco Rabal, con quien mantuvo una estrecha relación de amistad hasta el fin de su vida.

En España, consigue financiación para rodar una de sus películas más emblemáticas y que provocó el escándalo del régimen franquista: Viridiana, 1961.

Con claras influencias del escritor anteriormente mencionado, el film nos cuenta la historia de una novicia, que regresa del convento a pasar unos días en casa de su tío y protector, el cual, sólo piensa en tener relaciones sexuales con ella, debido al parecido tan asombroso que guarda con su difunta esposa. De nuevo nos encontramos con el Buñuel fetichista, irreverente con la religión, y demoledor de las hipocresías sociales que, en esta película, lleva hasta sus últimas consecuencias. Por otro lado, también expone su idea de que la caridad no es positiva, porque quien la practica de verdad, es vilipendiado por esa sociedad burguesa que rechaza a los mártires, ya que estos, sólo andan en compañía de la gente pobre y de mala vida.

Viridiana, obtiene el máximo galardón en el Festival de cine de Cannes, aunque por culpa de la censura española, ha de renunciar a su nacionalidad y tomar la mexicana para poder ser distribuida en el mundo.

Pero todavía estaba por llegar su film más controvertido, fascinante y desestabilizador: El ángel exterminador, 1962, cuya profunda huella, aún no ha dejado de inspirar a grandes cineastas en todo el mundo.

El ángel exterminador, cuenta una historia simple: unos aristócratas invitan a su gran mansión a un grupo de personas para celebrar el éxito de una cantante de ópera. Todo transcurre bien, hasta que los invitados quieren salir de la casa, y se dan cuenta de que una extraña y misteriosa fuerza no les deja traspasar la puerta, de tal modo, que permanecen encerrados, hasta que se quedan sin comida y pierden la dignidad como personas.

El film es un gran retrato del comportamiento humano, planteado dentro de la clase social más alta, como es la aristocracia y la burguesía de alto nivel. Pero Buñuel, como siempre, no daba respuestas a sus metáforas, ni a sus aparentes símbolos, ni a sus “mensajes ocultos”, como se empeñaba en demostrar una y otra vez la crítica especializada. Esto le fastidiaba un poco, aunque en mayor medida, le divertían mucho todas estas ideas intelectuales sobre su cine. La única pista que el cineasta dio a propósito de esta hermética película, fue la siguiente: La mejor explicación es pura poesía, y nadie pide que le expliquen un poema. O al menos, no debería.

Llegamos a la etapa francesa de Luis Buñuel, y aquí, tanto la crítica como los espectadores, se suelen dividir en sus preferencias: unos aman al Buñuel en español, sobre todo la etapa mexicana, y otros aplauden el mayor intelectualismo de la etapa francesa. Pero los que amamos a Buñuel sin pedirle nada a cambio, porque todo nos lo entrega desnudo y precioso como una luz de amanecer o una nube arrebolada, nos entregamos a él en cuerpo y alma y disfrutamos de toda su filmografía por completo; sin duda, una de las más coherentes de toda la historia del cine.



¿Y por qué sucede esto? La explicación, quizás, habría que encontrarla en que Buñuel recupera sus raíces surrealistas, y construye el resto de su filmografía ateniéndose a las reglas del absurdo narrativo y la falta de lógica argumental, para exhalar su último suspiro de gran artista.

Son apenas cinco, las películas íntegramente francesas que Buñuel dirige en un lapso de once años. En todas ellas, colabora con un joven guionista lleno de talento llamado Jean-Claude Carrière, con quien Buñuel encontró la comunión perfecta para sus sueños más íntimos y contradictorios. Pero ahí podemos rastrear el sentido de toda su vida y obra: contradicción, sí, pero contradicción asumida, intelectualizada y profundamente culta, para encontrar ese santo Grial, que todos buscamos de una forma u otra en nuestra vida.

Podemos destacar dos obras maestras de esta etapa francesa: Belle de jour, 1966, que, sin duda, es un mosaico soberbio de todas sus obsesiones y creencias, encarnadas en el personaje de Sévérine (Catherine Deneuve), una rica burguesa que por el día se prostituye en un burdel con el nombre de Bella de día, debido a que sus horarios son exclusivamente de 2 a 5 de la tarde. La película está basada en una novela de Joseph Kessell, que guarda muchos paralelismos con el Marques de Sade, cuya influencia ya comentamos en la primera obra del director.

De entre todas las secuencias, ha quedado para la historia del cine, aquella del sueño de Sévérine, de aparente tono idílico, que muy pronto se torna perverso: Sévérine, viaja en un carruaje de caballos con su marido por una especie de parque teñido de otoño (maravillosa fotografía con tonos marrones y amarillentos), cuando, de forma violenta, es arrastrada por el cochero hacia un árbol, donde es atada y azotada de inmediato, con un látigo en la espalda desnuda, ante la atenta mirada de su marido. La secuencia respira por igual erotismo y sensualidad, como morbo y perversión.

Y Le charme discret de la burgeoisie, 1972, donde el cineasta explora los rituales de la burguesía, ridiculizando todos sus actos cotidianos.

En esta película, Buñuel, acentúa el tono surrealista, y la narración encuentra una libertad que está desprovista de cualquier artificio para justificar una lógica narrativa, como todavía sucedía en Belle de jour.

La secuencia más famosa, es aquella en que un grupo de comensales muy elegantemente vestidos, se sientan a comer en inodoros, en lugar de sillas, y se comportan con total naturalidad, conversando cualquier banalidad ante la estupefacción de los espectadores.

El film obtuvo el Oscar de Hollywood a la Mejor Película de habla no inglesa; y eso a pesar de que el director, en una de sus bromas habituales, había declarado a la prensa, que él había pagado a la Academia de Hollywood para que le fuera entregada la preciada estatuilla. Esta boutade, nos dice claramente, cuál era su postura frente a la banalidad del mundo industrial del cine.

No podemos finalizar este artículo, sin mencionar el nuevo paréntesis español de Buñuel: Tristana, 1970.

La película está nuevamente protagonizada por Catherine Deneuve, quien, tuvo que esforzarse mucho para convencer al maestro de que le diese el papel, ya que a Buñuel no le había gustado el comportamiento de la actriz en Belle de jour. La aceptó y no se equivocó. Ella tampoco le mintió cuando le dijo que había aprendido la lección, y que haría un gran trabajo. Hoy día, este film no sería lo mismo sin la presencia de esta formidable actriz. Tristana, es la segunda adaptación que hace Buñuel de una novela de Benito Pérez Galdós, y guarda muchas similitudes con Viridiana.

El film nos cuenta la historia de una jovencita llamada Tristana, la cual, al quedar huérfana, es acogida por un hidalgo español entrado en años, llamado Don Lope, quien, no tarda en hacerla su amante, provocando el odio de la joven, que nunca le perdonará y acabará convirtiendo su vida en un infierno. La forma narrativa que en esta ocasión diseña Buñuel para el film, tiene un tono más lineal que sus películas francesas, que están volcadas íntegramente a la experimentación; pero en absoluto es una falta, sino todo lo contrario; este estilo narrativo le da sobriedad a la historia, y cada plano es en sí mismo una película. Es tan exquisita la puesta en escena, que no hay una obra igual en el arte del cinematógrafo.


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